Amistades sobrevaloradas
- Efrain Galindo Oficial
- 1 sept
- 2 Min. de lectura

¿Qué tipo de amigo eres?
La pregunta sin lubricante: no entra suave, duele, pero exige verdad.
Tengo pocos amigos. Y de esos pocos, algunos me hicieron creer que la eternidad existía en algo tan frágil como un vínculo humano. Pero la eternidad en la amistad dura lo mismo que dura el tiempo compartido. Después, la vida continúa como si nada: con su indiferencia protocolaria.
Un buen amigo no se mide en los días alegres–dicen – sino en las tardes grises donde ni siquiera uno se soporta a sí mismo.
De igual manera, el perdón de un amigo sabe mejor que el vino más caro: es áspero, deja huella, pero reconcilia.
Me gusta pensar también que el casting de un amigo nunca se termina. Es como un enamoramiento prolongado: no hay contrato, solo una chispa que debe repetirse sin esfuerzo. Un buen amigo es ese al que, sin pensarlo, le cuentas lo que aún no has contado ni a tu familia.
Yo nunca entendí esa modernidad llamada amigos con derechos. No sé mezclar cama y amistad. Terminé bien con mis exparejas, y aunque la palabra amistad se impone pues pesa más el archivo compartido de recuerdos íntimos que ya ninguno de los dos abrirá.
Soy, creo, un buen amigo. O al menos intento serlo con la misma esencia en todos. Conservo historias y etapas de vida en cada uno. No hablamos a diario, pero al reencontrarnos es como si el tiempo hubiera salido a fumar y nos dejara a solas. Entre amigos verdaderos no hay sospechas, ni deudas, ni prisas.
Pienso también que los compañeros de trabajo no son amigos: son la escenografía del tiempo asalariado. Aunque a veces, por accidente, alguno se sale del guion y se convierte en algo más. Aplaudo esos milagros.
También está el mito: que entre un gay y un hetero no puede haber amistad sin deseo escondido. Lo desmiento con mi vida. Nunca sentí eso. Y sin embargo, con algunos de ellos tuve conversaciones que ningún otro gay me habría dado.
Lo más difícil de aceptar es que algunas amistades vienen con fecha de caducidad invisible. Funcionan durante un tramo de vida, brillan como si fueran a durar siempre… y un día se apagan. Te dejan en visto, dejan de seguirte, encuentran a otro que ocupe tu lugar en la conversación. Y aunque quieras salvarlas, ya no hay tren: ese amigo se bajó en una estación que no era la tuya.
La amistad es exactamente eso: un tren. Algunos bajan en paradas tempranas. Otros se quedan hasta el final del trayecto. Y los mejores saben que, cuando no hay nada más que decir, se puede seguir viajando en silencio.
Lo escuché una vez, y hoy lo repito como quien escribe en la pared de una estación vacía:
“Si quieres un buen amigo, sé uno.”
Estoy seguro que conoces otros tipos de amigo y de amistad, menciónalos para que este escrito no sea una puerta cerrada.