Quería un hermano, y me dieron una hermana
- Efrain Galindo Oficial
- 6 oct
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Octubre siempre ha sido un mes marcado en mi vida.
El cuatro nació mi abuela, el siete mi hermana, el doce mi sobrino, y el diecinueve murió mi padre.
Me faltaba escribir sobre mi hermana.
Esa niña que se asustaba por todo y lloraba por lo mismo que la asustaba, mientras mi madre cortaba un dulce en dos partes y yo devoraba la mía para pedirle un pedazo del suyo poniendo cara de lástima. Siempre caía. Siempre daba. Porque ella es así: generosa hasta el hueso, incapaz de medir lo que entrega.
Ella no pudo conocer a nuestro padre. El mismo mes que cumplió su primer año él murió.
Sé lo que es crecer con la ausencia de un padre; la vida le puso uno postizo, un padrastro que la quiso quizá porque él mismo había perdido una hija que se fue a Estados Unidos sin volver a saber de ella.
Mi hermana se parece mucho a mi padre. Nunca se lo he dicho.
Tengo cuatro años fijos en mi memoria, años que recuerdan a mi padre con una nitidez casi cruel.
Recuerdo los detalles, las manos, los gestos. Lo que no recuerdo es la sensación de haberlo tenido el tiempo suficiente para que su ausencia doliera menos.
Mi hermana es bondadosa, pendiente de todos, alegre, siempre dispuesta a celebrar cualquier cosa, como le gustaba a mi abuela.
Tiene una belleza que no necesita demostrarse porque es de dentro hacia afuera.
Abre las puertas a todo el mundo, a amigas de toda la vida y a recién llegadas.
Yo, en cambio, no estoy orgulloso de algunas cosas que permití, de silencios en los que fui cómplice. Esa Cuba que no supo arroparnos cuando debió.
Perdimos a nuestra madre, y nadie está preparado para eso.
Ella menos que nadie. Aceptar que te arrebaten un padre que no conociste es posible, pero perder a la madre —que fue todo durante tanto tiempo— no se acepta de la misma forma.
A mi hermana le tocó sostener sus cenizas entre las manos.
Todos decían: “Tu hermana es muy poquita cosa”.
De poquita nada, poco fui yo. Ella heredó la fuerza de nuestra madre y la ha llevado con una entereza que a mí me falta.
Llevamos el duelo como podemos: ella en Estados Unidos, yo en España.
No hablamos tan seguido como deberíamos, y sé que a mamá eso no le habría gustado.
Pero mi hermana es lo que me queda de esa palabra frágil y persistente: familia.
No es solo sangre: es haber crecido juntos, compartir cama, pan, paseos, juegos, películas.
Es que para ella una fiesta es una fiesta, sin importar si es gay o no.
Es esa manera de quererme tal como soy: raro, solitario, un poco triste.
Extraño a mi hermana.
Y sé que cuando volvamos a vernos, mamá estará un poco más cerca, más luminosa, como siempre fue.
Felicidades, mi niña.
Te quiero como se quiere a quien ha vivido contigo todo: la infancia, el miedo, la risa y la obstinada costumbre de seguir adelante aunque falten tantos.



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