Anita sin Instagram
- Efrain Galindo Oficial
- hace 3 horas
- 2 Min. de lectura

No todas las personas que nos cambian la vida tienen cuenta en redes sociales.
Anita no tiene.
Y, sin embargo, ahí está, dándole sentido a mis días, haciéndome pensar que quizá la belleza, la verdadera, ya no pasa por los filtros.
Le digo Anita la bella.
No por exageración, sino porque tiene una belleza reversible: por dentro y por fuera.
Es de esas personas en las que cualquier rincón que se mire —una sonrisa tímida, una frase lanzada al aire, un dibujo dejado al azar— parece tener luz propia.
Una belleza que se sonroja.
Que piensa.
Que florece.
Trabajamos juntos vendiendo helado.
Y a veces nuestras conversaciones se vuelven tan reveladoras, tan necesarias, que no merecen ser interrumpidas por alguien que entra a preguntar por el de pistacho.
Anita no tiene redes.
No está fichada por el algoritmo.
No genera contenido.
Es vegetariana, ama los animales, la naturaleza.
Y lo mejor: sus ideas son limpias, sus sentimientos claros.
Está pendiente de todos.
Y de todo.
Es de esas personas que te guarda algo cuando no estás, te deja una nota con un dibujo, y logra que un mal día dé media vuelta.
Dibuja como si las líneas le nacieran de la piel.
Y es amiga como ya no se enseña a ser: de las que escuchan, de las que están.
De las que, cuando te hablan, bajan el ruido del mundo.
Te cuento todo esto porque en un mundo donde todo queda registrado, ella no está.
No se busca. No se encuentra.
Pero existe.
Y ha sido esencial para mí.
Porque escucha mis planes sin juzgar, se emociona con mis ideas, y me deja textos de aliento escritos a mano.
Sí, a mano.
En papel real.
Enrollados, con una cinta, como se hacía antes.
Y no sabés lo que es eso para alguien que vive entre pantallas:
esa textura, ese gesto, ese rastro de humanidad.
A veces pienso si en el futuro habrá más Anitas.
Personas invisibles para el mundo, pero visibles para el alma.
Yo ya tengo una.
Y ojalá se quede por mucho tiempo.


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