Le fallé a Saramago, pero cumplí conmigo
- Efrain Galindo Oficial
- 11 abr
- 2 Min. de lectura

Cuando conocí a José Saramago lo tuve tan cerquita que podía ver cómo le parpadeaban los pensamientos. El aula era pequeña, y lo escuché decir —sin miedo a la incomodidad— que no estaba de acuerdo con que existieran escuelas de escritores. Justo en la escuela donde yo estudiaba. Lo dijo como si los escritores no pudieran formarse, como si escribir no se enseñara, se sufriera.
Estaba en el centro de formación literaria “El Onelio” como le decíamos en esa época, el único centro que abría convocatorias para todo el país. Yo, como tantos, tenía la ilusión de contar una historia, de ser leído, corregido, salvado.
Pero Saramago no estaba convencido. Se fue con sabor agrio. Yo, con la sensación de que tenía razón.
Años después, leí “Ensayo sobre la ceguera” justo cuando un huracán dejó a La Habana sin electricidad. Todo era oscuridad, literal. Y ese libro me hizo temer quedarme ciego —no de los ojos, sino de ese lugar donde las historias hacen luz.
Hoy tengo 42 años. He sido muchas cosas: escritor en mi juventud en Cuba, camarero en Madrid, migrante sin receta. No sé si después de estos años soy un escritor que sirve mesas o un camarero que escribe libros.
Y me enfrento a una nueva realidad, cuando veo que las editoriales no publican escritores, sino audiencias. Likes, métricas, seguidores: la nueva gramática.
Este libro “Reflexiones en tiempo real” que escribí va a depender de mí, de la energía que le ponga. De sostener la ilusión. De no tenerle miedo al fracaso. De estudiar cada alternativa. De buscar apoyo sin agotarlo porque hay libros que se lanzan, y hay libros que se salvan solos. Este, ojalá, haga ambas cosas.




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