Lo filmé sin permiso. Me defendió Humberto Solás
- Efrain Galindo Oficial
- 4 ago
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Hubo una época en la que para mí, filmar no requería más que la necesidad de hacerlo. Nada de permisos, ni de equipos grandes, ni de papeles sellados por oficinas que no creen en los impulsos. Cuando comencé en el mundo del cine tenía poco más de veinte años y todo lo que no tenía en presupuesto lo suplía con voluntad. Lo primero que hice fue no pedir permiso. Ni al Estado, ni a nadie. Rodé en casa. Usé lo que había: una cámara miniDV de aquellas que usaban casete, el baño como locación, mi cuerpo como materia prima. El actor, el camarógrafo, el que editaba: todo era yo. (Lo que hoy se llama creador de contenido, filmmaker) El vestuario: el mínimo posible. Solo lo necesario para dejar ver el cuerpo sin adornarlo. El resultado fue un videoarte de apenas dos minutos, que titulé Bienaventuranza, una palabra antigua y sagrada que significa, literalmente, “feliz tres veces”.
Lo envié al Festival de Cine Pobre en Gibara, Holguín. Corría el año 2007 y al frente del festival estaba nada menos que Humberto Solás, uno de los nombres mayores del cine cubano. Director de obras monumentales como Lucía o Cecilia, Humberto fue quien creó el concepto de “cine pobre”, no como sinónimo de carencia, sino como defensa de la libertad creativa frente a los grandes aparatos industriales. Su cine fue siempre una forma de resistencia estética y ética. Por eso me sorprendió, y a la vez no, que aceptaran mi pieza.
Viajamos todos los participantes en un ómnibus hasta Gibara y al llegar me sentí, por primera vez, cineasta. La función fue modesta, en una pequeña sala donde Milena, Ernesto y yo compartimos la emoción callada de ver nuestras obras en pantalla. Todo fue breve, casi fugaz. Mirábamos los trabajos de otros esperando que el nuestro apareciera, como quien llora en una historia sabiendo cómo termina. Yo pensé que ahí acabaría todo. Pero al día siguiente, comenzaron a mirarme diferente. Mi rostro, sin yo saberlo, se había quedado grabado.
Mi corto se estaba proyectando de nuevo, esta vez en la pantalla grande de la plaza, junto a otros. Y eso desató el escándalo. Había niños, decían. Había mayores también. Y nadie, decían, debía ver algo así. Las quejas subieron. Querían saber si Humberto tenía conocimiento de que aquello se había proyectado. Milena, que conocía a parte del equipo, me lo contó: Humberto Solás te defendió. Dijo que conocía la pieza. Que la había aprobado. Que había que saber distinguir entre lo erótico y lo obsceno. Y que ese corto, a su juicio, tenía derecho a estar allí.
Yo no gané nada tangible entre tantas obras en concurso. Pero gané algo infinitamente más valioso: su respaldo. No vino a decírmelo. No me llamó. No hizo falta. En un festival donde hay que mirar todo lo que se expone, se diluyen las intensiones. Y yo, con una mezcla de timidez y vértigo, tampoco me acerqué a él. No supe gestionar lo que pasó. Me cubrió el miedo, esa forma de censura que no necesita leyes ni decretos.
Al año siguiente, Humberto Solás murió.
Ahora, cuando pienso en Bienaventuranza, no recuerdo tanto la imagen como el retazo de esa defensa. No el corto, sino el contexto que lo sostuvo. Porque filmar sin permiso fue mi forma de existir. Y que alguien como Solás dijera: “déjenlo estar”, sigue siendo, para mí, el mayor premio que pude haber recibido.
Aquí te dejo el guion, porque para mostrarte el video me hace falta mucho valor, el que tenía en esa época de joven, tal vez porque sé que hoy tampoco voy a contar con el apoyo de Humberto, y su teoría sobre lo que es erótico y lo que es vulgar, o quizás me cueste admitir que el músculo viril no tiene la fuerza y la tesitura de aquellos tiempos.
Título: Bienaventuranza
Duración: 2 minutos
Escenario único: el baño de una casa.
Espacio cerrado, íntimo, sin decoración visible.
Cámara: MiniDV. Imagen granulada, casera, real.
INT. BAÑO – NOCHE
Luz tenue. Fría.
En el centro del encuadre, un cuerpo casi inmóvil, sentado en una silla, en ropa interior. No hay acción aparente. Solo la presencia.
La cámara está fija.
No se mueve.
La imagen comienza desenfocada. Un rostro indefinido.
Un título aparece: “Bienaventuranza”
El rostro comienza a definirse.
Joven. Masculino.
Los ojos miran directo a cámara.
No parpadea. No sonríe.
Mira como si reconociera a quien observa.
Desde el primer momento sonará
un piano.
Pocas notas al principio.
Luego, una ejecución más fluida. Cálida. Melancólica.
La mirada sigue fija. Como si escuchara desde dentro.Como si esperara una respuesta del espectador.
Entonces, una voz de soprano irrumpe.Pura. Lejana. Dolorosa. No hay letra. Solo vocales. Y mientras ella sube y baja de nota,el cuerpo responde, apenas, desde la cintura.
Los movimientos del pene bajo la ropa interior siguen las notas. Pareciendo que reventará la tela que frena en cada movimiento No hay vulgaridad.Hay ritmo. Hay entrega.Como si el cuerpo no obedeciera al deseo,sino a la música.
Todo se mantiene en un mismo plano. No hay cortes. No hay edición. La voz se desvanece.Silencio.Créditos sobre la imagen donde quedó la silla vacía en el baño y el trípode con la cámara.
FIN



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