Lo que no dicen estos carteles.
- Efrain Galindo Oficial
- 30 jun
- 2 Min. de lectura

Y si te dijera que no siento orgullo el Día del Orgullo. O no del tipo que se celebra con carrozas, brillo y banderas al viento.
Antes de seguir, digo gracias. A quienes caminaron para que yo pueda decir hoy, soy homosexual. A los que marcharon cuando marchar era peligroso. A quienes hicieron del insulto una bandera.
Ellos abrieron un camino que hoy sigue siendo apenas una vereda incierta.
Le conté a mi compañero de trabajo que también es gay que Sam Smith —sí, el cantante — se identificó recientemente como xenosexual. No, no es atracción por extraterrestres. Xenosexualidad proviene del griego xeno (extraño, ajeno) y se refiere a la atracción por lo “otro”: no en términos de género, sino de experiencia, de alteridad. Sam dijo sentirse atraído por lo no humano. Y eso, claro, descolocó.
El colectivo LGBTQ+ aún no reconoce formalmente esta identidad. Tal vez porque da miedo que el deseo no tenga límites claros. Tal vez porque etiquetar lo inclasificable siempre es incómodo. Pero pienso: si la libertad de expresión es un estandarte, la libertad mental lo es aún más. Aunque duela. Aunque incomode.
Estoy seguro de algo: hemos dejado de querernos. No en el sentido romántico, sino en lo más simple: cuidarnos, preguntarnos, admitir que estamos perdidos. A veces ni siquiera sabemos querernos a nosotros mismos. Nos queremos mal, por ratos, con interrupciones. Y por esa razón a veces nos inventamos mundos donde jugamos a identificarnos y le hacemos creer a los demás que así somos felices, que finalmente nos hemos encontrado.
Vivo en Madrid. Y en estos días la ciudad parece transformarse en un desfile sin fin, vienen de todas partes a participar en el “gay pride”. Este año tampoco iré, porque me tocará trabajar, detrás del mostrador, sirviendo helados de colores a los que gritan felices y en colores. Y sonreír aunque no tenga ganas. Porque a veces el contraste entre lo que uno siente y lo que debe parecer es más violento que cualquier insulto.
Y por la noche, pensaré en Sam. En su voz —una voz que se reconoce sin preguntar—. Una voz que, sin embargo, no lo ha salvado del todo. Yo también fui un niño sin palabras para nombrar lo que sentía. Mi homosexualidad era un idioma sin diccionario. Inventé un mundo. Un refugio de fantasías, de amores imposibles que me hablaban en silencio. Fui mi propia salvación. A falta de otra.
Hoy no sé si debo juzgar a Sam, entenderlo, o simplemente abrazarlo desde esta orilla.
Tampoco sé si sentir orgullo por mí, por él o por ese niño que sobrevive en cada uno de nosotros.



Comentarios